lunes, 19 de mayo de 2014

MIEDO
Cuanto más veloces huimos del miedo,
más grande se hace éste y más fuerte es su hechizo sobre el alma.
Para librarnos de tal poder, conviene mirar de frente su paralizador influjo,
y más tarde discernir si nos está protegiendo de un peligro
o simplemente es un virus mental que nos inquieta.

El miedo nace de la memoria del dolor
y brota en racimos de pensamiento conectados al recuerdo.
Se trata de ideas neuro-asociadas que conforman la creencia 
de que aquello que uno rechaza, puede volver a suceder.
En realidad, si no hay memoria no hay miedo.
Por este motivo, los inocentes
se enfrentan con tranquilidad “irresponsable”
a muchas situaciones de alto riesgo. 
Los inocentes no proyectan experiencias anteriores y,
en consecuencia, no temen la llegada de la supuesta desgracia.

Allí donde veamos una conducta exagerada,
se revela la sombra que oculta viejas heridas y, que nos demanda
sin demora, un drenaje emocional del alma.
Allí donde, por ejemplo, veamos la mentira en sus diferentes grados
¡Atención!, no hay maldad o estupidez,
hay tan sólo una mente que se siente amenazada.

Conviene mirar al miedo de frente y preguntar, 
¿qué temo en realidad?, ¿qué sería lo peor que podría pasar?
Al observar y concretar con precisión lo que uno teme, 
ya se puede respirar a fondo lo temido y crear nuevas opciones más deseadas.
De pronto, sucede que el gran gigante ilusorio
que tan sólo puede habitar en las sombras,
se esfuma disuelto a la luz de la consciencia.



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